La tensión y el peso, que son dos cosas que me preocupan y me inquietan bastante, están en su punto. Mi tensión desde que estoy embarazada es más alta que cuando no lo estaba, pero al parecer eso es normal. La cosa es que noto enseguida cuando me sube un poco, porque me laten las sienes y la parte de debajo de la lengua (qué te parece?) y me asusto bastante, pero todo está correcto.
Y en cuanto al peso, después de inflarme como un globo lleno de agua al principio del embarazo, ahora sólo estoy engordando una media de medio kilo por mes.
También nos ha contado que la contractura del lado derecho de la espalda que tanto me molesta cuando estoy sentada un rato, no es tal contractura, sino lo que se conoce (¿?) como “El mal de la costilla flotante”. Sí, tiene nombre de película de terror y su descripción es bastante terrorífica. Lo advierto porque puede herir la sensibilidad del lector: Nuestro pequeño compañero de viaje empuja las costillas hacia arriba para hacerse hueco; como la costilla flotante no se sujeta en el esternón, se mueve y eso provoca los pinchazos en la parte alta del abdomen y el dolor parecido a una contractura en la espalda. Ni más ni menos; no tiene remedio y la única posibilidad es aguantarse.
Lo mismo que, por cierto, llevo aguantándome los ataques de alergia desde hace dos semanas, los ataques de diarrea, los ataques de tos, y todos esos ataques que me dan de repente y ante los cuales no me queda más remedio que aguantarme, porque “no se puede tomar nada estando embarazada” . Creo que acabaré tatuándome esta frase debajo del ombligo…
Aunque aún falta bastante, estoy intentando planificarme las semanas anteriores y posteriores al parto, y creo que es una misión imposible. No tengo la más mínima idea de cómo irán las cosas cuando me toque dar a luz y tampoco cómo me lo voy a montar cuando volvamos con el pequeño a casa. Menos mal que una tiene tablas y posee el poder de la improvisación entre sus mayores virtudes. Eso al menos me consuela.
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